8.26.2005

Recuerdos

Despierto en la noche, no me dejas dormir. Sudores fríos me reciben en cuanto abro los ojos en la madrugada, todos los días desde que ya no estás.

Y una noche más, decido aplacar mi dolor en tu habitación, en donde pasamos los mejores ratos de nuestra vida, donde se encierra todo lo que fuimos.

Solo al abrir la puerta, toda tu fragancia inunda mi ser, cierro los ojos y la hago mía respirando a fondo, calando hasta el último rincón de mi corazón con tu esencia.

En cuanto abro los ojos, aquél universo cobra vida, pero el presente me devuelve a este triste lugar, ya sin ti.

No sé si recuerdas la toalla donde nos secábamos cuando íbamos a aquella playa que sólo tú y yo conocíamos, y donde pasábamos los veranos degustando cada puesta de Sol de cada día, y donde nos besábamos fundiendo nuestros labios en la ternura de cada atardecer.

No sé si recuerdas aquél jersey rojo con el que te cubrí aquella noche cuando nos atrapó la tormenta en medio del lago donde navegábamos, acompañados por la sinfonía de los ruiseñores, por el zumbido de las hojas secas de los abedules grises del otoño.

Tampoco si te acuerdas de la foto que te hice sin que te dieras cuenta en aquella colina, donde subida a una roca, y con los brazos abiertos, soñabas volar lejos, cerrando los ojos imaginándome en el fondo de tu fantasía, donde te recogía tras dejarte caer.

No sé si recuerdas la sonrisa que me regalaste en aquella fiesta, donde en un frasco pequeño de sal la guardaste y me dijiste que siempre que estuviese triste la abriese para devolverme la felicidad.

Ya no sé si te acuerdas de aquél antiguo televisor, gracias al cual tanto nos reíamos viendo las pelis de humor que tanto nos gustaban, y donde llorábamos desconsolados viendo aquellas otras que nos recordaban nuestra bella historia de amor.

Sabes que todavía conservo la entrada de aquél concierto, el día en que nos conocimos, donde descubrí que los sueños se cumplen. Viéndola recuerdo la primera sonrisa que te vi en mi vida, con la que me cautivaste hasta hoy, detrás de aquella ingenua mirada de princesa del cuento.

¿Recuerdas aquél viejo ordenador, donde todas las noches te escribía, bajo la luz de las estrellas, lo mucho que te quería, y todo lo que daría por ti?, pues sí, aún sigue allí, con las teclas que formaban “amor” más desgastadas que las demás.

Pues sí, mi amor, en aquél cuarto mi vida te recuerda en cada rincón, en cada esquina, donde hacíamos el amor, donde me leías tus versos, y los míos, y todo cuanto quisieras, pues venido de tu voz todo parecía mejor.

Cuánto daría yo para que volvieses. Dejaría de ahogarme todos los días en la bañera donde nos abrazábamos hasta salir arrugados como las mantas en el frío invierno, dejaría de comer tus galletas favoritas todos los días de mi vida, y no me tiraría por la ventana a diario, a través de la cual todos los días te gritaba “te quiero” cuando te ibas, hasta la última vez que lo hice, cuando te fuiste para siempre.

La tristeza es así, triste. Sólo contigo era feliz, sólo viéndote disfrutar a mi lado de las pequeñas cosas de la vida, mirándote mientras cerrabas los ojos y me decías que me querías, cuando te observaba dormir con tu eterna sonrisa a cuestas.

Ahora entiendo por qué cerrabas tus ojos al decírmelo, amor, porque tenías miedo de no poder hacerme feliz todos los días de nuestra vida. Me quedo con tu recuerdo, con lo material que se quedó en esta habitación, y con el amor inagotable y puro que nos regalábamos cada amanecer.

Pero, este dolor por no tenerte ya conmigo me destruye a cada segundo, desmorona mis fuerzas, y poco más podré resistir. Quizás un día……

8.09.2005

Anocheciendo


Del celeste pasamos al azul oscuro, y va tiñendo de su miel toda la ciudad. El mar abandona su vida y se deja llevar por la textura celeste, convirtiéndose en la pareja ideal en el baile nocturno. Los tejados van empequeñeciendo sus miradas, y las calles cambian del color natural al tintado por las luces de las farolas, que comienzan su danza diaria en pos de dar vida a la oscuridad.

Desde lo alto, todo cambia, la perspectiva es diferente, pero pasa de la belleza a la magia. Todo muestra su lado místico, desde las pobres ramas del árbol mustio a las florecillas del campo, desde la aparición de la estrella más madrugadora, que se abre paso en su turno de noche, a la montaña silenciosa y humeante del fondo.

No es posible imaginarla más bella, más sutil. No es el Sol quien la ensalza, ni la luz de las estrellas quien la hace maravilla, es su propio color, un azul que no existe, un brillo que no se puede ver. No se puede imaginar ni se puede saborear, todo lo que tenemos un aquella fotografía antigua que nos muestra donde pudimos estar y no fue así.


Y en su regazo, la gente. De todo tipo alberga su seno, como sus azules. Las hay que permanecen en el recuerdo, y otras que yacerán en el olvido o en su frustrada indeferencia.

Pero más allá, donde las aguas igualmente bañan otras tierras, es donde parte de mi memoria tendrá irremisiblemente un hueco reservado. También allí existe ese azul del cuento, también allí hay colores imposibles como el almíbar de sus ojos, tan irrepetibles como tatuados en mi alma, con la tersura inequívoca de un labio que se muerde con la pasión de esa noche celestial, noche de estrellas de licor, como sus ojos.

Hay dos cosas que jamás me podrán hacer olvidar, ese azul de un lugar donde no existe ni la lógica ni la razón, donde nada parece real salvo su fotografía; y la miel de los ojos de esa mujer que todavía flota en mi recuerdo, en ese lugar, y en esa noche de verano, donde descubrí que ser feliz todavía es posible.